Amanece en Kho Phayam, en la provincia de Ranong, una Isla oculta de Tailandia, en la costa del mar de Andamán, que comparte sus aguas con Myanmar, Bangladesh y la India. Sus arenas son claras, al igual que su agua, pero como se avecinan los monzones esa parte de la playa esta casi desierta. Solo son dos km de arena, entre medio de una inmensa selva. La isla solo tiene un puerto de entrada de un barquito al día que llega del otro lado de la playa, yendo 20 minutos en moto por un camino que deja mucho que desear.
Lean se levanta bien temprano, tanteando entre el colchón lleno de arena y haciendo malabares para apoyarse y salir de la cama sin tocar a las otras dos chicas que aún siguen durmiendo.
La cama es matrimonial pero tres cabemos, y de paso nos ahorramos pagar una cabaña extra. Del amplio remerón de Euge, una parte de su cuerpo redondeada se asoma sutilmente, y es apenas iluminada en el medio de la oscuridad por los rayos de luz entre, en medio de los troncos de las maderas de la cabaña.
Hace apenas un poquito menos de calor que durante todo el día. Él sale de la cabaña y se encuentra con Daria, la alemana vecina de cabaña que esta acostada en la hamaca paraguaya terminando le leer apasionadamente el libro “The beach”, con la luz del amanecer dándole en la cara.
En los próximos 10 minutos estaran los 5 parcicipantes de la clase de Yoga listos para caminar por la playa desierta esos kilometros que los distancia de la profe, que los espera en la arena, en posición de buda mirando mar, sobre su manta.
La clase de yoga acontece con mucha tranquilidad, estirando todos los músculos, sintiendo la energía de la naturaleza, entre el bosque y el mar. Matteo y Lean transpiraron mil veces más que las 4 chicas, que solo se ven doradas por el sol. El premio merecido es el mar y todos corremos a ese encuentro.
9 de la manaña, hora en que el café del francés saca los panes recién horneados, y nos vamos los 6 para nuestro merecido desayuno.
BONUS: Si leiste la palabra «Desayuno» y se te iluminó la cabeza, mejor que leas este precioso post sobre muchos desayunos en el mundo.
Nos acompaña Amanda, la chilena que se fumó todo el día anterior y recién se levantaba. Entonces estamos los 7 ahí, tirados, con nuestro café tailandés, nuestro pan con miel y dulce de algo, y con nuestra tranquilidad. Desde su vista en ese living hippie, Lean observa un señor, turista, de indescifrable edad, leyendo junto a su café, la biblioteca del lugar, lugar hermoso para pasar horas haciendo nada, la pareja de checos con tatuajes que se acercó, y están en el mostrador, al lado de un gato blanco que permanece inmóvil, y el francés que junto con su amigo intentan atender el lugar. En ese momento llegan dos amigos con sus bicis desde algún lugar, todos transpirados, en busca de algo para sus cuerpos cansados. Vienen desde el bosque, no se sabe de donde, como si fueran nuevos habitantes en la isla de Lost. Igualmente son bien recibidos. Terminado el desayuno van al mercadito de enfrente a comprarse su lechita de soja, el complemento ideal para terminar un desayuno que va a servir para tirar hasta las 4 de la tarde. Se van yendo todos uno a uno, cada uno a su tiempo, y a partir de ahí, reinará la anarquía para hacer lo que a cada uno se le imagine.
Lean se dedicará a escribir las cosas que le pasan en ese momento por la cabeza, Daria seguirá leyendo apasionadamente tirada en topless al sol, Euge se colgará una vez más con sus artesanias de macramé, Ana se irá a practicar snorkel y cazar algún pescado con su arpón, Amanda se irá con sus amigos tailandeses a seguir fumando, Matteo se ira a por una cerveza para seguir con su vida, y Rosario irá a meditar.
A dos cabañas de las de los chicos un irlandés de unos 75 años contempla el mar desde su silla especialmente preparada para el. Hace 10 años que se dedica a estar 3 meses al año en ese lugar, para descansar de su aburrida vida de jubilado en Dublin. Parece que en sus tiempos esa persona habrá aprovechado bien la vida y los excesos, porque a pesar de que se le nota que su anterior cuerpo era atlético, también se le nota el exceso de alcohol en su movilidad fraccionada y en su voz.
Lean se decide ir al mar, y la convence a Euge de seguirlo. Ana deja su arpón y se mete con ellos. Matteo se prende para no ser menos, y como a Daria le gusta la situación, también se mete. Son 5 delfines en el mar.
Pasan la primer rompiente, y se quedan a 20 metros de la orilla, nadando y charlando, pero a Euge le gusta nadar mar adentro y se mete perpendicular a la playa. Todos la siguen, a pesar de que las ondas de las olas son, al contrario de lo que tendría que pasar, cada vez más grandes. El viejo que contempla el mar los mira con cara de preocupación. Había escuchado hablar de un alerta de tsunami por esos días, pero rogaba que no este viendo el preludio de una tragedia como vio 6 años atrás en el tusunami del 2004. Las olas cada vez crecen más, y todos están cada vez más adentro de la boca del lobo. La madre océano es imponente pero no perdona errores, y en la naturaleza la tragedia es un hecho cotidiano.
El corazón de Lean se le empieza a subir a la garganta, y empieza a temer lo que siempre temió de chiquitito; que le agarre un calambre en el estomago y se muera en el medio del mar, como le contaron alguna vez, por lo tanto, empieza solo el difícil retorno.
No le quedaba otra, porque se había quedado rezagado entre el grupo que siguió mar adentro y la orilla que cada vez la ve más lejana. Tendrá que atravesar tres rompientes temibles, que dependiendo del momento, lo pueden apabullar hacia el fondo del mar o ayudar para llegar más temprano a la orilla. La suerte esta echada, y como no es tiempo todavía, la muerte le pasa cerca pero la elude y llega exhausto a la orilla.
Todavía no sabe que le muerte le pasará más cerca aún apenas unos días después, donde su bus chocaría y moriría un mochilero como él, pero que no era él.
La suerte, buda y dios están de su lado esta vez. Luego de un lindo susto Lean se recupera y se queda junto al viejo que le comenta la noticia del alerta. Les hace señas a los compañeros dentro del mar, pero solo Daria lo ve, y al confundirlo con un saludo ella también levanta la mano como saludando. Luego de media hora llegan a la orilla todos sanos y salvos, sin siquiera sospechar que esas podrían haber sido sus últimas olas.
El atardecer va cayendo en la playa y ya no hay mucho más que hacer mas que contemplar los increíbles colores del cielo. Luego se vendrán las cervezas.
En algún momento de la mañana y la tarde y la noche cada uno a su tiempo se harán esos 500 metros que los distanciaban al único resto sobre la playa para comer su pad tai o su fraid rice chicken al módico precio de 50 bats, es decir un dólar y monedas.
La noche dará para todo; pool, emborracharse en la arena con alguien de compañía, conversaciones sobre la vida y todo lo demás también.