Foto de internet de la revista eñe de Clarin

Autopista del sur

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Quien haya leído aquel fantástico relato de Cortazar sabrá a que hace referencia el título del post, y quien alguna vez haya veraneado en la costa Atlántica bonaerense se puede dar una idea de mi comparación.

Un fin de semana extra largo producto de dos feriados de carnaval hicieron de la ruta 2 interbalnearia un estacionamiento de autos por un día.

Mi travesía comenzó a la mañanita, en el empalme de la ruta 6, desde donde venía, y la 2, a la altura del km 56 donde estaban todos los autos, y ahí nomás la marcha se redujo a unos 5 km por hora. Con ese promedio en unas 40 horas llegaba a destino.

Al principio creía que pasar por la banquina era hacer trampa, y no lo hacía porque era una persona conscientemente honesta, y lo considera “hacer trampa”. Luego hubo muchos haciendo trampa, y los “honestos” casi ni nos movíamos, por lo que al cabo de 2 horas de casi no moverme, el grupo me transformó en un inconsciente más que hacía trampa yendo por la banquina.
Con que haya UN choque entre los miles de autos, todo se iba a retrasar una eternidad, y las posibilidades de choque o desperfecto automotor eran muchas.

Estaba la mujer mayor que usaba el auto 3 veces al año y salía con sus “amigas” de 60 a la costa, el tipo aceleradísimo que no aguanta estar parado y va pegado al auto de adelante, el pibe que estuvo hasta hacía unas horas en un bar y salió sin dormir para la costa a seguir la fiesta, los que van mandando mensajes de texto o chateando por what app mientras manejan, los que van hablando por celular, el gordo que salió de almorzar un asado (y se comió media res) y se tomó un vinito (de ¾) para digerir la comida, el que se cuelga viendo el cartel de una publicidad de ropa interior con una chica infernal mostrando su cuerpo, el jefe de familia que tiene que lidiar entre su mujer que le ceba mate, los nenes que desde atrás le muestran lo que dibujaron, y Tobi, el perro que le lambe el cachete. Entre todos ellos es casi imposible que no haya un accidente.

Y si llega a haberlo, toda una fila se paraliza para mirar y sacar fotos de lo que pasó. Y si tenemos en cuenta que la ruta tiene 2 carriles, estamos al horno. La hipocresía y la necesidad de hacer caja hacen que 500 metros antes del peaje todo marche como si nada estuviera pasando y el tráfico fuera perfecto, entonces te cobran los 4 dolares (35 pesos argentinos), y 500 metros después del peaje los 15 carriles se vuelven a convertir en 2 carriles, y todos volvemos a estar atascados y en la misma.
Después de tantas horas y tantos mates es imposible no ir al baño, un acto tan simple para un hombre que puede hacerlo exactamente en cualquier lugar de los 350 km para lograr el alivio de orinar, pero no tanto para una mujer, que solo puede ir a un baño en una estacion de servicio o un lugar con un baño más o menos lindo y en condiciones. Las colas de mujeres en los baños de las estaciones de servicio eran de unas 30 personas (unos 50 minutos pongamos). Las colas en los baños de hombres eran inexistentes. La opción más viable e inteligente fue ir a un baño en una estación de la via contraria, donde no había nadie.

Gloria a dios en las alturas, y en la tierra hay unas parrilitas en la zona de Dolores, en el km 200, que ofrecían en sus carteles unos ricos sandwiches de lomito o vacio.

Pero con tanta gente no hubo parrilla que aguante, y cuando llegamos no había casi nada, solo chorizo y morcilla, ambos con un aspecto poco favorable, una invitación a matar cualquier estómago.
Pasadas 7 horas y trancurridos unos 200 km, el tránsito empezó a acelerarse, pero cada tanto todo se detenía una vez más por la hipocresía compartida entre los radares escondidos en puestos exclusivamente creados para hacer multas, y por los conductores que van a 160 km por hora cuando el tránsito se los permite, pero al pasar por el radar de máxima 60 (que lo conocen o lo toma el GPS) pasan a 20 km por hora, como unas ladies, y luego vuelven a acelerar a 160 km/h, a pesar de que haya pueblos, personas cerca o escuelas, total en ese momento el gps les marca que no hay radar y que tienen rienda suelta para lo que quieran.

Transcurridas 8 horas y media llegamos a la bendita Costa Atlántica, a Valeria del mar, al mar, a la arena, al atardecer con mates en la playa, al viento con aroma a sal marina, a las ferias hippies con tambores y aires flamencos y africanos y uruguayos, todo junto.

Una explosión para los sentidos. Todo sufrimiento contra las formas urbanas de volvernos locos habían quedado atrás, y ahora podíamos disfrutar por unos días de la vida en felicidad junto al mar.

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