Venezia, tan clásica como popular
Si hay algo que se puede hacer en Venezia, es disfrutar de sacar fotos, porque la verdad es que es una de las ciudades más fotogénicas que recuerde.
Siamo arrivando alla stazione di Santa Lucia! Arrivamo a la stazione de Venecia Santa Lucía desde Milán, en tren, súper cómodos, tomando mate en el camino, y charlando de la vida con May, mi novia y mi compañera de viaje y aventuras.
Venecia es cara, eso se sabe, pero como solo íbamos a estar una noche quemamos las naves y nuestros ahorros, y nos quedamos a dormir en un hotel de mala muerte (pero cobraba como un hotel spa), ahí en plenas callecitas venecianas, para poder disfrutar la noche y los puentes con todo su esplendor.
Era de esos hoteles decadentes, que quieren conservar un estatus que se nota que ya perdieron hace varios años. El botones miró nuestras caras de mochileros y se fue para otro lado, como sabiendo que no lo íbamos a necesitar.
Después de recorrer unos pasillitos angostos y húmedos en el Gran Hotel Universo (en realidad una muy pequeña fracción del Universo), con alfombra roja que ya merecía un cambio o por lo menos una lavadita, llegamos a nuestra super habitación, del tamaño de la cama y un poquito más para apoyar los pies y dirigirse al baño. La tele de 14 pulgadas me producía ternura por lo chiquita que era. Tendría unos 25 años fácilmente y a duras penas funcionaba. Mejor era salir a caminar que quedarse ahí adentro.
Básicamente lo que nos propusimos con May fue caminar por las callecitas de Venecia hasta la Basílica de San Pedro, y tratar de volver por otras callecitas diferentes.
No lo logramos, volvimos casi por el mismo lugar. Con mapa en mano cruzamos un puentecito, después otro, y así con muchos puentecitos que atravesaban canales. Si uno no quiere perderse, tanto en el mapa, como en las calles hay carteles que te dicen:“andá por acá y no te vas a perder”.
Me atraían el agua verde de los canales, las sofisticadas y antiguas góndolas con sus gondoleris vestidos con su remerita a rayas blancas y negras, y lo pintoresco de algunas fachadas. Me jodía un poco seguir a la manada de turistas por la calle avenida peatonal principal. En Venezia no había autos, pero el tráfico de autos lo reemplazaban las personas, embotelladas en esas callecitas de solo dos carriles, uno para ir y otro para volver. Por momentos me sentí un poquito ahogado entre tanta gente. Yo lo llamo “gentitis”, esa fobia a estar encerrado entre tanta gente que no se mueve.
Llegados a la Basílica de San Pedro me sentí un poco más aliviado, porque había más lugar, una plaza amplia, con el río gigante enfrente, y unas iglesias bellísimas a los costados. Nos entretuvimos entre selfies y palomas, y también me entretuve mirando a la gente fotografiarse y posando para las cámaras.
Entre caminatas y fotos se nos hizo la tarde y la hora de cenar, pero a pesar de que ya eran más de las 8 de la noche, el día seguía clarito. Nos comimos unos regios speguettis como Italia manda, y después de un paseo entre faroles, puentes y canales, nos fuimos a festejar que estábamos en Venecia.
May no usó el antifaz que se compró esa tarde, pero me hubiera gustado; le quedaba buenísima y parecía como una princesa mediaval y misteriosa en una de las fiestas imperiales.
Y yo era el duque que la conquistaba, je. Podríamos haber jugado a Romeo y Julieta también, no me di cuenta. Quedará para otra vez que volvamos a Italia.
contigo hace falta pasion
y un toque de poesia
y sabiduria pues yo
trabajo con fantasíasLa cosa más bella, Eros Ramazzotti
Luego de un: – Bon jorno principesa! y el besito de buenos días, empezábamos la jornada. El día se nos presentaba largo porque después de dejar el hotel a las 11 de la mañana, recién teníamos el tren nocturno a Viena a las 9 de la noche. Nos lo tomamos como se debía, tranquilo, caminando y colgándonos en cada recoveco donde estaba lindo para parar.
Muchas veces intentando perderse uno sale al lugar más transitado. Empezamos a meternos por recovecos sin mirar el mapa, y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos en la Plaza San Marco, es decir, donde llegan todos.
El día pasó entre caminatas, mates, charlas, y fotos por todos lados.
El gondoleri tatuado y la modelo mediaval se ganaron el premio a los más fotogénicos de Venezia.La paloma que tenía May en la mano se ganó el premio a la más espontánea porque salió fotografiada en pleno vuelo. Claramente los canales ganaron en la categoría paisajes, y mi chica se ganó el premio a la reina de Venezia. 😛
La tarde caía y nos fuimos al resto amigo a comer pizza y pasta con una rica cerveza Peroni. Nos esperaba una noche de tren junto a una rubia francesa y su pareja, un yogui húngaro. Dejábamos Venecia con un montón de recuerdos en nuestras cámaras, en nuestras valijas y en nuestras retinas. El viaje debía continuar.
Porque en cada sitio que estés
porque en cada sitio que estés
en las cosas que vives yo también viviréLas cosas que vives, Laura Paussini