“En todas las épocas hubo interpretaciones estúpidas sobre lo que es y lo que no es el trabajo; nuestra época es la más estúpida de todas”
El tenebroso mundo laboral
Vivimos permanentemente en tiempos revoltosos, pero estos tiempos merecen un poquito más de análisis para no perder la cabeza. Desde el punto de vista laboral, no sabemos si tenemos exceso de trabajo, si no tenemos trabajo, si tenemos trabajos de mierda, o que tenemos. En la misma oficina convive el oficinista estresado porque está repleto de trabajo y el oficinista estresado porque nadie le da cosas para hacer. El mismo trabajador independiente no sabe si su cabeza está quemada por exceso de negatividad o si es el exceso de positividad el que lo hace creer que es libre en un mundo capitalista y opresor. Es hora de despertar, o por lo menos, saber un poco más. Pero ante todo, no nos volvamos locos y tomémonos el trabajo menos seriamente de lo que nos piden.
Este será un post muy resumido (pero inevitablemente largo) de tres librazos: “Trabajos de mierda”, de David Graeber; “La sociedad del cansancio”, de Han, y “La privatización del Strees”, de Mark Fisher. Dos de estos tres autores se terminaron suicidando. ¿Ahora entienden mejor de lo que les estoy hablando?
Primero, algo de estadísticas
Según el INDEC, en Argentina, la población ocupada representó un 43 % de la población total (tasa de empleo), esto es, valores más altos que inclusive antes de la pandemia. Así mismo, también aumentó el empleo no registrado; 41 % de los asalariados no está registrado. Son datos oficiales que marcan el fuerte avance de la precarización y empobrecimiento de la fuerza de trabajo, que unido al deterioro de los salarios, crean un coktail perfecto para una polarización de la sociedad, tanto económica, política, como social. No todos la están pasando mal; hay otros que la pasan muy bien. Y ellos necesitan de nosotros, claro, sino no podrían gobernar.
Lecciones aprendidas y desaprendidas en la pandemia
Una de las sorprendentes conclusiones de la pandemia es que nuestra vida laboral no enriquece nuestra vida, sino más bien que nos impide ser la persona que queremos ser. Durante la pandemia tuvimos el tiempo para volver a hacer lo que habíamos dejado de hacer cuando estábamos ocupados trabajando en cosas sin importancia. Estando encerrados volvimos a poder contemplar las cosas simples, como estar más tiempo con nuestros hijos, nuestras mascotas o nuestras plantas. Nos vimos obligados a reconsiderar todo nuestro sistema de valores. Cuando nos permitieron salir a la calle volvimos a disfrutar de una caminata por el barrio, volvimos a los parques, volvimos a disfrutar del aire libre. Después volvimos parcialmente a trabajar y pudimos viajar cómodos al trabajo porque se trabajaba mayormente haciendo home office y part time.
Nos dimos cuenta que solo necesitamos trabajar entre 10 y 15 horas a la semana, y que en la mayoría de los trabajos no eran necesarios permanecer 8 horas anclados a una silla en la oficina. Pero negamos el avance y volvimos a trabajar las mismas horas que en el 1930. Con la pandemia y la flexibilización de los horarios laborales todo el sistema de transporte se había vuelto más amigable y se podía viajar con relativa comodidad. Con el fin de la pandemia nos dimos cuenta que todas las lecciones aprendidas no sirvieron de absolutamente nada. Se volvió a hacer todo lo mal que se hacía antes; Volvimos a las jornadas completas, volvimos a las demoras en los transportes públicos, volvimos a tardar el doble para ir a trabajar, volvimos a viajar apretados, empujados, ultrajados y robados, volvimos peores. En el tren volvieron las caras largas, las peleas por ocupar un lugar en los trenes llenos. Era muy fácil no volver a eso. Pero lo logramos, volvimos a hacer todo mal.
Si quieren profundizar sobre esta pequeña reflexión sobre los escenarios post pandémicos, les recomiendo mucho que lean este excelente artículo de opinión del geógrafo Franco Cinalli. Tocando sobre las letras anaranjadas acceden al link.

La privatización del Stress, de Mark Fisher
¿el trabajador independiente es una persona libre que domina su tiempo y espacio, o es un personaje sumergido en la fantasía de controlar su destino laboral? Esta y otras preguntas son desplegadas como puntos ciegos en un mapa a ratos difícil de entender, pero siempre con los necesarios apuntalamientos que el autor de este ensayo provee y que se hacen familiares en estos tiempos llenos de incertidumbre.
La vida se vuelve precaria. Planear se hace difícil y las rutinas se tornan imposibles. El trabajo puede empezar o terminar en cualquier momento, y la responsabilidad de crear la próxima oportunidad y de surfear entre distintas tareas recae en el trabajador. El individuo debe encontrarse en un permanente estado de alerta. El ingreso regular, los ahorros, la categoría de ocupación fija ya son restos de otro mundo histórico.
Ivor Southwood, Non-Stop Inertia, Zero Books, Londres, 2010
La GIG economy está avanzando cada vez más rápido en los EEUU, y Latinoamérica parece seguir sus pasos. Un nuevo modelo industrial que, bajo un discurso de libertad y emprendedurismo, busca promover la precarización de las condiciones laborales como una forma de reducir costos mientras que se despoja al trabajador de sus derechos conquistados. No es sorprendente que sientan ansiedad, depresión o falta de esperanza quienes viven en estas condiciones, con horas de trabajo y términos de pago que pueden variar de modo infinito, en condiciones de empleo terriblemente tenues. Una diferencia entre la tristeza y la depresión es que, mientras la tristeza se autorreconoce como un estado de cosas temporario y contingente, la depresión se presenta como necesaria e interminable. Existe una clara relación entre el “realismo” aparente del depresivo, con sus expectativas tremendamente bajas, y el realismo capitalista.
El monitoreo inagotable y la precariedad, en verdad, van de la mano. Como afirma Tobias van Veen, el trabajo precario ejerce una presión “irónica y a la vez devastadora” sobre el trabajador. Por un lado, el trabajo nunca termina: el trabajador debe estar siempre disponible, sin derecho a ninguna vida privada ajena al tiempo de trabajo. -Tobias van Veen, “Business Ontology»
No se pierdan por nada este excelente video de Cafe Kyoto sobre el análisis del libro:
No eres tú,
Mi Mujer está muy sensible, Santiago Feliú
es el destornillado cotidiano azar,
la puerta del delirio, la fangosa realidad,
los narcos, la inflación, la solución impar,
los dioses apagados, la fantasía incapaz,
Berlín, Fidel, el Papa, Gorbachov y Alá.
No eres tú, mi amor…

La sociedad el cansancio, de Byung-Chul Han
Han caracteriza a la sociedad actual como un paisaje patológico de trastornos neuronales, tales como depresión, trastorno por déficit de atención con hiperactividad, trastorno límite de la personalidad y agotamiento (burnout). Afirma que no se trata de «infecciones» sino de «infartos», que no son causados por un fenómeno negativo de inmunología en las personas sino por un «exceso de positividad».
El síndrome de desgaste profesional (Burn out o trabajador quemado) es un padecimiento que se caracteriza por una respuesta prolongada de estrés ante los factores estresantes emocionales e interpersonales en el trabajo, que incluye fatiga crónica, ineficacia y negación de lo ocurrido. Si en la orwelliana 1984 esa sociedad era consciente de que estaba siendo dominada; hoy no tenemos ni esa consciencia de dominación.
Los individuos hoy se autoexplotan y sienten pavor hacia el otro, el diferente. Viviendo, así, en “el desierto, o el infierno, de lo igual. La gente se vende como auténtica porque “todos quieren ser distintos de los demás”, lo que fuerza a “producirse a uno mismo”. Y es imposible serlo hoy auténticamente porque “en esa voluntad de ser distinto prosigue lo igual”. Resultado: el sistema solo permite que se den “diferencias comercializables”.
Se ha pasado, en opinión del filósofo, “del deber de hacer” una cosa al “poder hacerla”. “Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”, y si no se triunfa, es culpa suya. “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado”. Y la consecuencia, peor: “Ya no hay contra quien dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión”. Es “la alienación de uno mismo”, que en lo físico se traduce en anorexias o en sobre ingestas de comida o de productos de consumo u ocio.
“Cuanto más iguales son las personas, más aumenta la producción; esa es la lógica actual; el capital necesita que todos seamos iguales, incluso los turistas; el neoliberalismo no funcionaría si las personas fuéramos distintas”. Por ello Han propone “regresar al animal original, que no consume ni comunica desaforadamente; Nos dice: «No tengo soluciones concretas, pero puede que al final el sistema implosione por sí mismo».
La aceleración actual disminuye la capacidad de permanecer: necesitamos un tiempo propio que el sistema productivo no nos deja; requerimos de un tiempo de fiesta, que significa estar parados, sin nada productivo que hacer, pero que no debe confundirse con un tiempo de recuperación para seguir trabajando; el tiempo trabajado es tiempo perdido, no es tiempo para nosotros.
Trabajos de mierda, de David Graeber
En Trabajos de mierda, el antropólogo estadounidense David Graeber plantea que los beneficios de la productividad de la automatización no han conducido a una semana laboral de 15 horas, como predijo el economista John Maynard Keynes en 1930, sino a «trabajos de mierda»: «una forma de empleo remunerado que es tan completamente inútil, innecesaria o perniciosa que ni siquiera el empleado puede justificar su existencia aunque, como parte de las condiciones de empleo, se sienta obligado a fingir que no es así». Si bien estos trabajos pueden ofrecer una buena remuneración y amplio tiempo libre, Graeber sostiene que la inutilidad del trabajo roza su humanidad y crea una «profunda violencia psicológica».
El autor sostiene que más de la mitad de trabajo social carece de sentido, a grandes rasgos describe cinco tipos de enteramente trabajos sin sentido:
- Lacayos (flunkies), aquellos que sirven para que sus superiores se sientan importantes, por ejemplo, recepcionistas, auxiliares administrativos o porteros.
- Matones (goons), aquellos que actúan para perjudicar o engañar a otros en nombre de su empleador, por ejemplo, grupos de presión, abogados corporativos, especialistas en relaciones públicas o community managers.
- Arreglalotodos (duct tapers), aquellos que solucionan temporalmente problemas que podrían arreglarse permanentemente, por ejemplo, los programadores que reparan código inflado o el personal de recepción de las aerolíneas que calma a los pasajeros cuyas maletas no llegan.
- Burócratas (box tickers), aquellos que crean la apariencia de que se está haciendo algo útil cuando no es así, por ejemplo, los administradores de encuestas, los periodistas de revistas internas, los responsables de cumplimiento de las empresas o los gestores de servicios de calidad.
- Capataces (taskmasters), aquellos que gestionan -o crean trabajo extra- a quienes no lo necesitan, por ejemplo, los mandos intermedios o los profesionales de dirección.
Graeber argumenta que estos empleos se encuentran en gran medida en el sector privado, a pesar de la idea de que la competencia del mercado erradicaría tales ineficiencias. En las empresas, llega a la conclusión de que el aumento de los empleos en el sector de los servicios se debe menos a la necesidad económica que al «feudalismo empresarial», en el que los empleadores necesitan a sus subordinados para sentirse importantes y mantener un estatus y un poder competitivos. En la sociedad, atribuye a la ética del trabajo puritana-capitalista el haber convertido el trabajo del capitalismo en un deber religioso: que los trabajadores no obtuvieran avances en la productividad como una reducción de la jornada laboral porque, como norma social, creen que el trabajo determina su autoestima, incluso cuando consideran que ese trabajo no tiene sentido. Graeber describe este ciclo como una «profunda violencia psicológica» y «una cicatriz en nuestra alma colectiva». Graeber sugiere que uno de los retos a la hora de afrontar nuestros sentimientos sobre los trabajos inútiles es la falta de un guion de comportamiento, de la misma manera que la gente no sabe cómo sentirse si es objeto de un amor no correspondido. A su vez, en lugar de corregir este sistema, escribe Graeber, los individuos atacan a aquellos cuyos trabajos son innatamente satisfactorios. Graeber sostiene que el trabajo como fuente de virtud es una idea reciente, que el trabajo fue despreciado por la aristocracia en la época clásica, pero invertido como virtuoso por filósofos entonces radicales como John Locke. La idea puritana de la virtud a través del sufrimiento justificaba el trabajo de las clases trabajadoras como algo noble. Y así, continúa Graeber, los trabajos de mierda justifican los modelos de vida contemporáneos: que los dolores del trabajo aburrido son una justificación adecuada para la capacidad de satisfacer los deseos del consumidor y que satisfacer esos deseos es, de hecho, la recompensa del sufrimiento a través del trabajo inútil. En consecuencia, a lo largo del tiempo, la prosperidad extraída de los avances tecnológicos se ha reinvertido en la industria y en el crecimiento del consumo por sí mismo, en lugar de en la compra de tiempo libre adicional del trabajo. Los trabajos de mierda también sirven a fines políticos, en los que los partidos políticos se preocupan más por tener puestos de trabajo que por que éstos sean satisfactorios. Además, sostiene, las poblaciones ocupadas con el trabajo de mierda tienen menos tiempo para rebelarse.
Como solución potencial, Graeber sugiere una renta básica universal, una prestación vital pagada a todos, sin calificación, que permitiría a la gente trabajar a su antojo. El autor atribuye a un ciclo de trabajo humano natural, de atiborrarse y holgazanear, la forma más productiva de trabajar, ya que los agricultores, los pescadores, los guerreros y los novelistas varían el rigor del trabajo en función de la necesidad de productividad, y no de las horas de trabajo estándar, que pueden parecer arbitrarias si se comparan con los ciclos de productividad. Graeber sostiene que el tiempo que no se dedica a un trabajo inútil podría emplearse en actividades creativas.
Miren esta genialidad del gran Café Kyoto.
Conclusiones:
No soy experto en sacar conclusiones, pero como conclusión, podría decirse que no es todos los casos, pero en la mayoría, estamos trabajando de más en cosas que no nos aportan ni aportan a la sociedad. Tanto sea en trabajos de mierda, como dice Graeber, como en trabajos independiendentes, completamente desprotegidos y precarizados, nuestros trabajos nos empujan a un cansancio generalizado, a un sobrecalientamiento de la cabeza e inevitablemente a la depresión por no cumplir con las expectativas de un sistema que no pone límites. No tenemos soluciones mágicas, pero tratemos de hacer lo que nos gusta, porque sino el trabajo y la vida nos pasará factura y no tendremos tiempo para pagarla en todo lo que reste de nuestra existencia.
Más yoga, viajes, deportes, música, arte, sonrisas y encuentros, esas son las soluciones. Sinceramente el trabajo te tiene que importar tres carajos. Amen. Solo te puedo decirte una cosa. Vos no tenes la culpa de todo esto. No eres tu, son los demás.