La maratón del desierto

Hace unos cuantos años viajaba por la ruta 11, pegado a Pinamar, bien temprano por la mañana, y en el paisaje de dunas de al lado de la ruta vi a unos locos corriendo. Su silueta se marcaba bien firme sobre la joroba de una gran duna. Fueron tan solo unos segundos, pero esa imagen me quedó grabada en la cabeza.

El año pasado, después de correr mi primera carrera de trail en el Cerro Champaquí, supe que uno de los objetivos del próximo año iba a ser la carrera del desierto en Pinamar. Apenas la vi en el calendario me anoté, y como justo mi mamá iba a pasar la quincena en Valeria del mar, pude combinar playa, visita familiar y deporte. Mejor imposible.

(aclaración: La mayoría de las fotos que pondré corresponden a las fotos sacadas por el evento deportivo «La maratón del desierto» de su página de facebook, que se pueden ver en sus 10 álbums de la carrera. Son más de 500 fotos y la verdad es que no tienen desperdicio).

La Carrera

La maratón del desierto son 10 km, pero muy duros. Los primeros 700 metros son por la orilla, al lado del mar, y después es todo dunas y arena seca, hasta los últimos 700 metros nuevamente por la costa.

Cada uno iba con unos objetivos diferentes; los míos eran bastante moderados. Solo quería llegar, y no insolarme. Para eso no solo me puse gafas y una gorra con visera, sino que también fui con un gorro tipo australiano de esos gigantes. De esa forma no le di ninguna posibilidad al sol de que acceda a mi cabeza. Además llevé una mochilita tipo camelbak para poner dos botellitas de agua que recargué en el km 5 y el 8, un gel energético y unas pastillas de sales minerales y otras de aminoácidos. Los años no vienen solos, y si antes podía correr 10 km sin siquiera tomar una gota de agua, ahora mi cuerpo y mis 43 años me piden reponer energías un poco más a menudo. El dolor en las piernas iba a ser inevitable, pero el sufrimiento era opcional, así que para aminorar ese dolor agregué unas feas medias de compresión que no eran el mejor outfit del mundo, pero que me ayudaron a que los tirones en los gemelos y en el sóleo de mi pierna derecha no se transformen en algo de lo que me tenga que preocupar.

En la largada éramos como 800; estaban los chicos del running team de Banfield, estaban los que habían llegado esa madrugada con el bus de «viajes a Maratones», estaban los que venían veraneando en la costa y también los que habían viajado especialmente para la ocasión.

Esta carrera, que ya cumplía más de 20 años, atraviesa toda la zona de dunas que separa la zona de La Frontera en Pinamar, con el comienzo de Costa Esmeralda.

A las 8 salimos. Después de esos poquitos instantes de costa y mar atravesamos una duna y nos metimos de lleno en el desierto. A partir de ahí sería todo subidas y bajadas por los médanos. Algunos volaban en las bajadas y en las subidas corrían como si nada. Yo aprovechaba la velocidad de las bajadas, pero en las subidas no había forma de correr y caminaba ayudándome con las manos. El paisaje era imponente. Por momentos, mirase para donde mirase, solo se veía arena. Debíamos costear una gran olla, primero por un lateral, y a la vuelta por el otro. El punto medio de la carrera coincidía con la parte en que bordeábamos a la ruta 11.

Mitad de camino

De pronto doblamos por un arbusto y vi a lo lejos el primer puesto de hidratación. Y pasando eso vino el momento más fotogénico de la carrera. Sobre el filo de un médano que cambiaba de coloración dependiendo del lugar y con una muy leve arenisca que se levantaba de la parte sur del filo, una caravana de runners se movía en fila india sobre un horizonte ondulado casi infinito que solo se rompía con el horizonte plano y verde de un mar muy lejano.

Cada nueva duna era una aventura diferente. Algunas bajadas eran espectaculares para bajarlas dando grandes pasos y en el medio ir volando. Lo peor que te podía pasar era caer en la suavidad de la arena. En el centro de la escena, la olla servía de ese pequeño atisbo de humedad. De acá para allá, unos 4 o 5 autos 4×4 se movían por la arena al mejor estilo Mad Max para custodiar a los corredores.

Dejamos el km 7,5, y después del segundo puesto de hidratación se venía la subida sin piedad. No había forma de subirla corriendo, solo había que tratar de hacerla lo más costa posible usando manos, piernas, rodillas o lo que sea. Una vez arriba, era cuestión de acelerar los últimos 2 kilómetros hasta la meta.

Yo a esa altura no podía más, pero igual seguía hacia adelante. De alguna forma o de otra, la meta iba a llegar en algún momento. Después de más de una hora y media llegué a la meta. El ganador, Franco Russo, lo hizo en algo más de 50 minutos. La ganadora, Valeria Sesto, lo hice en unos 58 minutos. Vive en Inglaterra pero volvió a visitar a sus padres por las fiestas. Se tomó el bus esa noche, durmió en el micro, corrió descalza y ganó la carrera. Brian Gauna ganó entre los chicos de 18 a 29 años llegando en algo más de 52 minutos. Maritza Millares Quispe, que ganó su categoría femenina entre 19 a 29, llegó en una hora y 9 minutos. Me contó que era de La Plata, que había viajado toda la noche en bus y llegado a las 5 a Pinamar, y que no había tomado nada de agua en toda la carrera. Sentí mucha admiración por ella.

Todos los resultados los pueden ver en este link.

El post carrera

Terminada la carrera los vi a los chicos del Running team de Banfield y a la ex profe del Running team, Giselle. Si correr es lindo, correr acompañado es mucho mejor. Y llegar a la meta y encontrarse con conocidos también espectacular. Después de reponer energías nos quedamos refrescándonos en el mar para recomponer la energía en nuestros cuerpos con el agua salada, con el sol y con un breve descanso al lado del mar. Me quedé junto a Stefy y Eli un ratito en la playa, y después me fui a comer a casa, donde me esperaba no solo mi mama, sino mis hermanos y mis sobrinos que habían viajando especialmente para pasar ese día juntos en el mar.

Las carreras de trail tienen ese plus inexplicable que cada vez que las hago termino alucinado, contento, completo, feliz y con ganas de que felicidad no termine nunca. Solo espero que siempre haya una más.

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